¡Hola! Como les habíamos dicho en facebook y twitter, ya tenemos el libro traducido, a continuación les dejamos el primer capítulo en español, estén al pendiente de nuestras redes porque en cualquier momento publicamos el pdf completo para que lo descarguen.
LOS DIARIOS DE CARRIE
Capítulo
1 Una
princesa de otro planeta
Dicen que en un verano
pueden pasar muchas cosas.
O no.
Es el primer día del último
año del instituto, y, en mi opinión, estoy exactamente igual que el año pasado.
Y lo mismo le pasa a mi
mejor amiga, Lali.
—Bradley, no olvides que
este año tenemos que tener novio — dice mientras enciende el motor de la
camioneta roja que ha heredado de uno de sus hermanos mayores.
—Tonterías. — Se suponía que
íbamos a tener novio el año pasado y no lo hicimos. Abro la puerta del coche,
entro y meto la carta en el libro de biología, donde supongo que no podrá hacer
más daño—. ¿No podemos dejar a un lado todo eso de los novios? Ya conocemos a
todos los chicos del instituto. Y…
—Eso es verdad — dice Lali
mientras pone la marcha atrás y echa un vistazo por encima del hombro. De todos
mis amigos, Lali es la que mejor conduce. Su padre es poli e insistió en que
aprendiera a conducir cuando ella tenía doce años, por si acaso—. Pero he oído
que hay un chico nuevo —añade.
—¿Y? El último chico nuevo
que vino a nuestro instituto resultó ser un drogadicto que nunca se cambiaba de
ropa.
—Jen P. dice que es lindo.
Muy lindo.
—Ya… — Jen P. era la
presidenta del club de fans de Leif Garrett en sexto curso —Si es lindo de
verdad, Donna LaDonna se quedará con él.
—Tiene un nombre muy raro…
—dice Lali—. Sebastian no sé qué. ¿Sebastian Pitt?
—¿Sebastian Kydd? —pregunto,
casi sin aliento.
—Eso es —confirma mi amiga
mientras se adentra en el aparcamiento del instituto. Me mira con suspicacia—.
¿Lo conoces?
Titubeo un poco antes de
aferrarme con los dedos a la manija de la puerta. Siento el corazón en la
garganta; temo que, si abro la boca, saltará afuera.
Niego con la cabeza.
Ya hemos atravesado la
puerta principal cuando Lali se fija en mis botas. Son de charol blanco y una
de ellas tiene una pequeña grieta junto a uno de los dedos, pero son botas
auténticas de gogó de principios de los setenta. Supongo que estas botas han
tenido una vida mucho más interesante que la mía.
—Bradley —dice mientras
observa mi calzado con desdén—, como tu mejor amiga que soy, no puedo permitir
que lleves esas botas el primer día del último año.
—Demasiado tarde —replico en
tono alegre—. Además, alguien tiene que alborotar por aquí.
—No cambies nunca. —Lali
forma una pistola con los dedos, besa la punta del índice y me apunta antes de
dirigirse hacia su casillero.
—Buena suerte, Ángel —le
digo.
Cambiar. Ja. No es que tenga
muchas oportunidades de hacerlo. No después de la carta.
Querida señorita Bradshaw:
Le
agradecemos que nos haya enviado una solicitud para ingresar en el seminario
avanzado de verano para escritores de The New School.
Aunque
sus historias son ingeniosas y prometedoras, lamentamos informarle de que no podremos
ofrecerle una plaza en nuestro programa en esta ocasión.
Recibí la carta el martes pasado. La releí al
menos quince veces, solo para estar segura, y luego tuve que acostarme. No es
que crea que tengo mucho talento ni nada de eso, pero, por una vez en mi vida,
esperaba tenerlo.
En cualquier caso, no le he
hablado de ello a nadie. Tampoco le he dicho a nadie que envié una solicitud, ni siquiera a mi padre.
Él cree que sería una buena científica. Y, si no me van las estructuras
moleculares, siempre puedo hacer biología y dedicarme a estudiar bichos.
Estoy en mitad del pasillo
cuando veo a Cynthia Viande y a Tommy Brewster, la pareja bonita de Castlebury.
Tommy no es muy brillante, pero es el jugador más importante del equipo de
baloncesto. Cynthia, sin embargo, es la delegada de la clase de último año, la
presidenta del comité de baile de graduación y un miembro destacado de la
Sociedad de Honor Nacional; a los diez años ya había conseguido todas las
insignias de las chicas exploradoras. Tommy y ella llevan saliendo tres años.
Intento no pensar mucho en ellos, pero alfabéticamente mi apellido va justo
delante del de Tommy, por lo cual mi casillero siempre está al lado del suyo y
debo sentarme junto a él en la asamblea, así que estoy obligada a verlo (y a
Cynthia) todos los días.
—Y no pongas esa cara de
bobo durante la asamblea —le reprende Cynthia— Hoy es un día muy importante
para mí. Ah, y no te olvides de que el sábado hemos quedado para cenar con
papá.
—¿Qué pasa con mi fiesta?
—protesta Tommy.
—Puedes salir de fiesta el
viernes por la noche —replica Cynthia de mala gana.
Tal vez Cynthia tenga
escondido su corazoncito en algún lugar, pero, si lo hay, nunca lo he visto.
Abro la puerta de mi casillero.
De pronto, Cynthia levanta la vista y me ve. Tommy me observa con un rostro
inexpresivo, como si no tuviera ni la menor idea de quién soy, pero Cynthia es
demasiado educada para eso.
—Buenas, Carrie —dice a modo
de saludo, como si tuviera treinta años en lugar de diecisiete.
Cambiar. Es difícil hacerlo
en esta pequeña ciudad.
—Bienvenida al infierno
—dice una voz a mi espalda.
Es Walt. El novio de otra de
mis mejores amigas, Maggie. Walt y Maggie llevan dos años saliendo, y los tres
hacemos casi todo juntos. Eso suena un poco raro, pero Walt es como una más de
las chicas.
—Walt —dice Cynthia—, eres
justo la persona a la que estaba buscando.
—Si lo que quieres es que me
una al comité de baile de graduación, la respuesta es no.
Cynthia hace caso omiso de
la pequeña broma de Walt.
—Se tMouse de Sebastian
Kydd. ¿De verdad va a venir a Castlebury?
Otra vez no…
Tengo los nervios de punta, como
las ramas de un árbol de Navidad.
—Eso es lo que dice Doreen.
—Walt se encoge de hombros, como si le importara un comino.
Doreen es la madre de Walt,
aunque también es una de las consejeras académicas en el Instituto Castlebury.
Ella afirma saberlo todo, y le pasa la información a Walt… la buena, la mala y
la que es completamente falsa.
—He oído que lo han echado
de un colegio privado por traficar con drogas —dice Cynthia—. Necesito saber si
vamos a tener problemas con él.
—No tengo ni la menor idea
—replica Walt antes de dedicarle una gigantesca sonrisa falsa. Para Walt,
Cynthia y Tommy son casi tan molestos como para mí.
—¿Qué clase de drogas?
—pregunto con aire despreocupado mientras nos alejamos.
—¿Analgésicos?
—¿Como en El valle de las
muñecas? —Es mi libro secreto favorito, junto con el DSM-III, un diminuto
manual diagnóstico y estadístico sobre los trastornos mentales—. ¿Dónde
demonios se consiguen analgésicos hoy día?
—Ay, Carrie, no lo sé —dice
Walt, que ha perdido todo interés—. ¿Se los dará su madre?
—No es probable.
Me esfuerzo por recordar mi
único encuentro con Sebastian Kydd, pero se me escapa.
Yo tenía doce años y
empezaba a adentrarme en una etapa complicada.
Tenía las piernas delgaduchas,
el pecho plano como una tabla, dos espinillas y una mata salvaje de rizos.
También llevaba unas gafas de ojos de gata y un gastado ejemplar del libro de
Mary Gordon Howard ¿Qué pasa conmigo? Estaba obsesionada con el feminismo. Mi
madre estaba remodelando la cocina de los Kydd, así que nos detuvimos en su
casa para echar un vistazo al proyecto. De pronto,
Sebastian apareció en la
puerta principal. Y sin ningún motivo aparente, como llovido del cielo, le
dije:
—Mary Gordon Howard cree que
la mayor parte de las relaciones sexuales pueden considerarse violaciones.
Se hizo el silencio durante
un buen rato. La señora Kydd sonrió. Estábamos a finales de verano, y su
bronceado quedaba resaltado por sus pantalones cortos con un estampado espiral
en tonos rosados y verdes. Llevaba una sombra de ojos blanca y pintalabios de
color rosa. Mi madre siempre decía que la señora Kydd era considerada una gran
belleza.
—Esperemos que no pienses lo
mismo cuando te cases.
—Bueno, no pienso casarme.
No es más que una forma legalizada de prostitución.
—¡Virgen santa! —La señora
Kydd se echó a reír.
Y Sebastian, que se había
parado en el patio de camino hacia la calle, dijo:
—Me voy.
—¿Otra vez, Sebastian?
—exclamó la señora Kydd con cierto fastidio—. Pero si las Bradshaw acaban de
llegar.
Sebastian se encogió de
hombros.
—Voy a casa de Bobby a tocar
la batería.
Yo lo seguí con la mirada en
silencio y boquiabierta. Estaba claro que Mary Gordon Howard nunca había
conocido a Sebastian Kydd.
Fue amor a primera vista.
Durante la asamblea, me
siento al lado de Tommy Brewster, que está golpeando al chico que tiene delante
con un cuaderno. Una chica del pasillo pregunta si alguien tiene un tampón,
mientras que otras dos situadas detrás de mí susurran comentarios emocionados
sobre Sebastian Kydd, quien parece volverse más y más famoso cada vez que
alguien menciona su nombre.
—Me han dicho que estuvo en
la cárcel…
—Su familia perdió todo su
dinero…
—Ninguna chica ha conseguido
retenerlo más de tres semanas…
Me quito a Sebastian Kydd de
la cabeza fingiendo que Cynthia Viande no es una compañera de estudios, sino
una extraña especie de pájaro.
Hábitat: cualquier escenario que la soporte.
Plumaje: falda de lana, camisa blanca con suéter de cachemira, zapatos cómodos
y un collar de perlas que probablemente sean auténticas. No deja de cambiarse
los papeles de un brazo a otro y de tirarse de la falda, así que puede que esté
un poco nerviosa, después de todo. Sé que yo lo estaría. No querría estarlo,
pero lo estaría. Me temblarían las manos y mi voz sonaría como un graznido, y
después me odiaría por no haber sabido hacerme con el control de la situación.
El director, el señor
Jordan, se acerca al micrófono y suelta un rollo sobre llegar a tiempo a las
clases y sobre un nuevo sistema de castigos, y luego la señora Smidgens nos
explica que el periódico escolar, The Nutmeg, busca reporteros y que hay una
truculenta historia sobre la comida de la cafetería entre los asuntos por tMouser
esta semana. Por fin, Cynthia se acerca al micro.
—Este es el año más
importante de nuestras vidas. Nos encontramos al borde de un gran precipicio.
Dentro de nueve meses, nuestras vidas se verán irremisiblemente alteradas
—dice, como si se creyera Winston Churchill o algo así. Casi espero que añada
que lo único que debemos temer es el miedo en sí, pero solo agrega—: Así que
este año estará lleno de últimos momentos. Momentos que recordaremos siempre.
De pronto, Cynthia compone
una expresión de fastidio cuando las cabezas de todos los presentes se vuelven
hacia el centro del auditorio.
Donna LaDonna se acerca por
el pasillo. Va vestida como una novia, lleva un vestido blanco con un profundo
escote en V. Su enorme escote queda resaltado por un diminuto diamante colgado
de una delicada cadena de platino. Su piel es como el alabastro; en una de sus
muñecas, una constelación de pulseras plateadas cascabelea cuando ella mueve el
brazo. La sala se queda en silencio.
Cynthia se inclina hacia el
micrófono.
—Buenas, Donna. Me alegra
que hayas podido venir.
—Gracias —replica Donna
antes de sentarse.
Todo el mundo se echa a
reír.
Donna inclina la cabeza
hacia Cynthia y le brinda un pequeño saludo con la mano, como si le indicara
que puede continuar. Donna y Cynthia son amigas, de esa forma extraña en que lo
son dos chicas que pertenecen al mismo círculo social y que en realidad no se
caen bien.
—Como iba diciendo —comienza
Cynthia una vez más en un intento de volver a captar la atención de los
presentes—, este año estará lleno de últimos momentos. Momentos que
recordaremos siempre. —Le hace un gesto al tipo encargado de los audiovisuales
y empieza a oírse la melodía de «The Way We Were» por el altavoz.
Suelto un gruñido y entierro
la cara en mi cuaderno. Empiezo a reírme como todos los demás, pero luego
recuerdo la carta y me deprimo de nuevo.
Sin embargo, cada vez que me
siento mal intento recordar lo que aquella niñita me dijo una vez. Tenía una
personalidad increíble… y era tan fea que resultaba hasta linda. Y era evidente
que ella lo sabía también.
—¿Carrie? —preguntó—. ¿Y si
yo fuera una princesa en otro planeta y nadie de este mundo lo supiera?
Todavía ahora esa pregunta me desconcierta. Porque
¿acaso no es cierto? Seamos quienes seamos, podríamos ser las princesas de
algún otro lugar. O escritoras. O científicas. O presidentas. O cualquier otra
cosa que queramos ser, aunque todos los demás no estén de acuerdo.
Traducción de The Carrie Diaries en español.
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